Cofradía de Ntro. Padre Jesús Nazareno

LA IMAGEN DEL NAZARENO EN EL ÁMBITO MURCIANO: 
 REFERENTES PARA SU ESTUDIO EN LORQUÍ
José Alberto Fernández Sánchez
   La iconografía del Nazareno en el ámbito del antiguo reino murciano, y particularmente en el de la ciudad de Murcia, presenta unos caracteres que la singularizan. Desde las últimas décadas del siglo XVI se fueron configurando una serie de rasgos que eclosionaron en los primeros años de la centuria siguiente en la imagen titular de la cofradía murciana de Jesús Nazareno. Mientras que las principales representaciones de la Pasión acusan una evidente supeditación a modelos granadinos o cortesanos, por ejemplo las imágenes del Ecce Homo, el Crucificado o la Soledad, en este caso se optó por un modelo genuino alimentado, ante todo, por el fervor despertado por un temprano prototipo.
   La naturaleza de éste viene codificado a través de la asimilación de pautas distintivas tomadas de modelos devocionales renacentistas; de hecho, la talla aludida supone una trasformación desde una efigie previa (un Ecce Homo parecen sugerir los vestigios encontrados en su última restauración) hasta la presente del Nazareno[1]. Otros ejemplares anteriores, la desaparecida efigie de los franciscanos de Orihuela, ya habían condimentado el ambiente local; aquel Nazareno, asignado al entorno de Jerónimo Quijano[2], ilustra sobre uno de los pormenores que acabó convirtiéndose en endémico: la configuración de un rostro persuasivo como principal reclamo. En efecto, la presentación de una mirada inquisitiva y directa proyectada sobre el fiel resume el empeño sistemático de las postreras creaciones del Nazareno cuya importancia restó protagonismo a las conceptualizaciones estéticas del entorno granadino[3].

   No cabe duda que el modelo que acabará haciendo fortuna en la región es el de la cofradía murciana cuya imagen quiebra su direccionalidad itinerante para girar forzadamente el rostro hacia su diestra; bajando además la impactante mirada hacia los fieles. Este recurso, acentuado por el patetismo de la faz demacrada por el dolor, redunda en la sintonía empática de una imaginería ideada para conmover. Dicho condicionante se presume como superior a la propia concepción cronológica del relato evangélico, más preocupado el anónimo autor por hacer tangible la sobrenaturalidad eterna de la imagen; o dicho de modo más erudito, prefiriendo la vía “hierofánica” de la “contemplación” (donde lo sagrado se revela) a la lectura narrativa[4]. No cabe duda de la fortuna del simulacro cuya devoción se expandió pese a la intencionada ocultación del Nazareno dentro de su capilla privativa.
   La vigencia de este recurso también resulta sugerente al propiciar respuestas diferenciadas con arreglo a la época. Pese a la airada crítica contemporánea la controversia en torno a estos iconos revela la fuerza emotiva de su apariencia; basta recordar el iconográfico trasunto literario creado por el alicantino Gabriel Miró en su novela “Nuestro Padre San Daniel” para comprender la pugna entre el razonamiento artístico y el “pathos” consustancial a las imágenes de devoción de siglos precedentes[5]. Así, la evocada efigie del Nazareno oriolano, ya citada, suscita el distanciamiento de la nueva mentalidad burguesa más relamida y puritana. Sin embargo, aún en este medio hostil es capaz de obrar reacciones emotivas ambivalentes: por un lado, piedad religiosa; rechazo y temor, por otro. El propio Nazareno de la cofradía de Jesús fue objeto de semejantes valoraciones decimonónicas[6] pese a que, contrariamente a lo que se pensaba entonces, nada tenía que ver su apariencia “diferenciada” con la poca pericia de su artífice; subyaciendo bajo toda esta serie de juicios y prejuicios estéticos parece estar un elemento ambiguo pero, a la par, inherente a la propia naturaleza icónica: la “unción” sagrada.
   Con esta noción abstracta se construye el modelo murciano del Nazareno donde, además, se añaden otros componentes no tan genuinos. Es el caso de la articulación del brazo derecho para propiciar la inserción de la imagen dentro de la escenificación ritual de la mañana de Viernes Santo: mediante este artilugio la talla impartía la bendición en diferentes puntos del recorrido procesional. Sin embargo, el automatismo no fue exclusivo de la zona sino que se encontraba generalizado en buena parte del país: así, localidades como Priego de Córdoba o Lucena, entre otras, conservan aún esta naturaleza escenográfica y teatral. Al margen de las interesantes connotaciones antropológicas de tales ritos[7], los ejemplares postreros surgidos a raíz de la referencia murciana mantuvieron tales articulaciones.
   En la transición del siglo XVII al XVIII el prototipo es utilizado con frecuencia pese a la irrupción de tipos diferentes: así, el ejemplar atribuido a Nicolás de Bussy, actualmente venerado en la capilla de las Capuchinas de la capital, presenta una marcada frontalidad prescindiendo, por tanto, del giro acentuado hacia el fiel[8]. Sin embargo, coetáneamente se ejecuta el otro Nazareno, atribuido a Nicolás Salzillo, destinado al templo de la Merced; éste se dispone según el prototipo de la cofradía de Jesús contando, por ello, con el mecanismo para la articulación del brazo[9].
   El devenir del nuevo siglo XVIII aparece marcado por la profunda reforma religiosa impulsada en todo el Reino por el Obispo Luis Belluga[10] y por la progresiva implantación de las ideas ilustradas que tanto peso van a tener para la configuración de la procesión autóctona. Obviamente, la aparición de un artista de la talla de Francisco Salzillo va a permitir a la iconografía del Nazareno ganar naturalismo dejándose influir por condimentos estilísticos italianizantes que le imprimen mesura y equilibrio. Como resultado de todo el caldo de cultivo cultural se impondrá en el discurso procesional un componente narrativo y pedagógico que irá restando dramatismo y rigor penitencial a los cortejos. La configuración, la mañana de Viernes Santo, de un cortejo artístico afectará directamente a la figura del Nazareno desplazándose progresivamente el centro de gravedad hacia el carácter artístico de los “pasos” salzillescos. Como sucede en buena parte del país, allí donde triunfan las ideas ilustradas, se irá restando teatralidad a las procesiones restringiendo su uso a un carácter pedagógico[11].   
   Buena muestra de esta injerencia se percibe en el tema del Nazareno; su alteración, interpretada frecuentemente según una casuística estética, se revela como una operación profunda más allá de las meras conjeturas academicistas. Por tanto, su iconografía permite desentrañar la progresiva transición iniciada a partir del último tercio del siglo, aquella suerte de purga intelectual frente a actitudes y creencias que, según el criterio ilustrado, atentaban contra el auténtico sentido de la religión[12]. Las modificaciones sobre la efigie se centran en anular sus engranajes internos a fin de invalidar el automatismo con que operaba la bendición[13]. Sin embargo, su carisma devocional permaneció intacto debido a su carácter taumatúrgico. Este “prestigio” se revela, además, en la serie de efigies que se representan a lo largo del siglo tomándola como referente, caso especialmente significativo para el Jesús de Lorquí que ocupa estas líneas.
   Francisco Salzillo ejecutó piezas variadas del tema en las que se vislumbra su  personalidad al dotarlas de rotundo carácter escultórico y de un temperamento vigoroso. En estas representaciones persisten rasgos del icono tradicional constituyendo el rostro violentamente girado una de las pautas más repetidas. Pese a este dramatismo el imaginero va a aportar cierto equilibrio psicológico patente en la vigorosa talla ejecutada para Huércal-Overa en 1749[14]. Pese a haberse insistido en la referencia formal del icono murciano la pieza remitida a la localidad almeriense presenta notorias diferencias, así como un carácter formal definido dentro de unas pautas de mayor clasicismo: donde sobresale la talla anatómica del maniquí interno de la efigie, rasgo poco frecuente en las imágenes de vestir de la zona. Si que presentaba una mayor adhesión al prototipo de la cofradía de Jesús de Murcia la efigie destinada a Alcantarilla de la que Sánchez Moreno afirma ser “casi copia de él”[15].
   El dramatismo del que este ejemplar hace gala, en palabras del propio autor, desdice del de Lorquí que se ajusta, al menos en el modelado del rostro, a parámetros distintos. Pese a ello el trasfondo de su encargo revela el innegable interés en reproducir el tipo de procesión murciana, al menos en su parte esencial; es decir, en su configuración ritual y escénica. Este rasgo se ajustaba perfectamente a la escenografía del “desenclavamiento” que desde tiempo atrás presidía la celebración de la Semana Santa en este enclave rural[16]. La apariencia de esta talla está definida por el rotundo trabajo en la testa cuya expresividad revela la madurez artística de Salzillo: el evidente paralelismo con las efigies del Amarrado jumillano y el popular San Blas de Murcia[17] indican una probable cronología que se situaría en torno a las décadas de los 50 y 60 de aquella centuria. Ello presupondría cierta inmediatez con respecto a la efigie de la Dolorosa, también de la cofradía de Jesús, cuya versión hace pareja también en Lorquí con el Nazareno.
   Afortunadamente se conoce la llegada de las imágenes a la localidad por mano del fabriquero de la parroquial Alejandro Marco Fernández quien, inequívocamente, se basó para su proyecto pasionario en las efigies más representativas de la procesión del Viernes Santo murciano. No va a ser el único caso en que se requieran para un lugar específico ambas iconografías pues, una vez fallecido Salzillo en 1783, Jesualdo Riquelme encargará a Roque López la realización de las imágenes del Nazareno y la Dolorosa para la villa de Alatoz[18]. Esto pone en relación el presente trabajo con un último eslabón en el desarrollo tipológico de la iconografía del Nazareno en el ámbito murciano; en efecto, el discípulo de Salzillo va a tener ocasión de ejecutar un buen número de estas imágenes en las que se va haciendo patente el cambio de gusto experimentado en los años finales del XVIII.
   Quizá el más significativo de ellos sea el conocido como Nazareno del “Bailio Abellaneda”, ya en 1797, donde se retoman las cuestiones ya habituales en la tipología. Frente a los aspectos tomados por Salzillo, aquel dulce naturalismo de las efigies de Huércal-Overa y Lorquí, las efigies del discípulo se presentan absortas, mímicas, en un vacío ocasionalmente cubierto por la mirada devota. La frontalidad de estas tallas se remarca en un excesivamente contorsionado giro de cintura que rompe, nuevamente aquel carácter itinerante. Prescindir de la naturalidad evidenciando la artificiosidad del modelo, resulta un ejercicio meditado en torno a la reserva cultual en capillas cuyo cierre perimetral propiciaría una comunicación directa y cercana, una percepción sumamente sugestiva.
   Semejantes pautas seguiría el ejemplar ejecutado a la par que el anterior Nazareno destinado, esta vez, a Espinardo. La “memoria” ratifica este paralelismo al observar que debía ser “de la misma especie”. Además, utiliza un rasgo que hubo de ser análogo a los anteriores pues se ajustó su enlienzado “sin cordones”[19], es decir, en una tendencia restrictiva de postizos que se acentuaría con el tiempo. Este detalle demuestra como estas superficies encoladas admitían la posibilidad de ser recubiertas por túnicas tejidas, de forma que los elementos fijos no dificultaran esta tarea. Esta constatación avala las consecuencias prácticas de la ilustración que, inequívocamente, apeló a la desaparición de los automatismos así como las cabelleras de pelo natural quedando las tallas supeditadas a planteamientos estrictamente plásticos. Una variante icónica que, pese a ello, evidencia la deriva artística hacia estereotipos y fórmulas manidas que evidencian el carácter transitorio del periodo.


[1] CUESTA MAÑAS, J., “Catalogación de la imagen de Nuestro Padre Jesús (Nueva hipótesis)” en Nazarenos, nº 8, Murcia, Cofradía de Jesús Nazareno, 2005, pág. 26.
[2] BELMONTE DEL BAS, J. y FERNÁNDEZ SÁNCHEZ, J.A., “La imaginería renacentista en la Pasión murciana” en Murcia, Semana Santa, nº 10, Murcia, Cabildo de Cofradías, 2007, pág. 113.
[3] Cuyas materializaciones basculan dentro de la herencia de los ejemplares de Pablo de Rojas y su estela. Ver LÓPEZ-GUADALUPE MUÑOZ, J.J., Imágenes elocuentes. Estudio sobre patrimonio escultórico, Granada, Atrio, 2008, págs. 94-99.
[4] Aspecto consustancial a los rituales pasionarios hispánicos durante toda la modernidad. Ver el respecto del concepto de “hierofanía”: ELIADE, M., Lo sagrado y lo profano, Barcelona, Paidós, 2003, págs. 14-16.
[5] MIRÓ, G., Nuestro Padre San Daniel / El obispo leproso, Madrid, Espasa Calpe, 1991, págs. 239 y 240.
[6] DÍAZ CASSOU, P., Pasionaria murciana. La Cuaresma y la Semana Santa en Murcia, Murcia, Academia Alfonso X el Sabio, 1980, págs. 193 y 194.
[7] DOMÍNGUEZ MORANO, C., “Aproximación psicoanalítica a la religiosidad andaluza” en La religión en Andalucía (Aproximación a la religiosidad popular), Sevilla, Editoriales Andaluzas Unidas, 1985, págs. 160-169.  
[8] Aunque conviene no perder de vista que la talla ha sido manipulada y reformada frecuentemente, habiéndose perdido su estructura interna así como cualquier indicio para esclarecer la presencia o no de de articulaciones. La última de ellas recogida por LÓPEZ MARTÍNEZ, M.L., “Restauración de la imagen devocional de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder de Murcia” en XXV Aniversario (1985-2010), Murcia, Cofradía del Amparo, 2010, págs. 154-165.
[9] Actualmente inutilizado. Ver FERNÁNDEZ LABAÑA, J.A., “Algo más que madera” en Tertulia, nº 5, Murcia, La Familia Nazarena, 2006, pág. 45.
[10] Sobre esta cuestión ver VILAR, J.B., El Cardenal Belluga, Granada, Comares, 2001.
[11] Sobre la situación de las cofradías y la problemática de la procesión en el periodo de la Ilustración ver RODRÍGUEZ MATEOS, J., Las cofradías y las Luces, Sevilla, Instituto de la Cultura y las Artes, 2006.
[12]CARO BAROJA, J., Las formas complejas de la vida religiosa (Vol. I), Madrid, Galaxia Gutenberg, 1995, págs. 31 y 32.
[13]BELDA NAVARRO, C., 




LOS TRONOS DE NTRO. PADRE JESUS NAZARENO
Francisco García Marco
            Cuatro son las andas conocidas sobre las que la imagen de Ntro. Padre Jesús Nazareno ha procesionado por nuestras calles. Tres son las que conservamos, de estilo y antigüedad diferentes.
            El primer trono, desaparecido era de madera pintada en gris y dos varas[1].
El segundo trono utilizado fue el del Sgdo. Corazón de Jesús, de 1898.[2] De líneas sencillas, su estructura es cuadrada y se compone de tarima para las varas, sobretarima en escocia y calvario sobre el que descansa la imagen del Señor. Es todo de una pieza y la decoración se reduce a unos triglifos a ambos lados de las varas del trono. Sabemos que perteneció al Sgdo. Corazón por la descripción inscrita en el inventario de 1952: “Un trono de madera dorado, viejo, con calvario[3] y por la comparación entre las dos fotografías que comentamos en el apartado de Hemeroteca. Estas andas fueron utilizadas entre 1939 y 1992 y debían pertenecer a D. Gregorio García Gil ya que no aparecen inventariadas en los documentos parroquiales anteriores a 1936.   
El tercero en antigüedad, aunque último en  llegar a nuestro pueblo, es el utilizado en la actualidad y que vemos en la fotografía de la derecha. Fue adquirido por la  Hermandad de Ntro. Padre Jesús Nazareno en 2006 a la Hermandad de Sta. María Cleofé de Totana. Se trata de una obra de gran valía artística tallada por D. Juan Solano[4] en la década de los 50 del pasado S. XX. Este escultor malagueño, discípulo de Francisco Palma Burgos, se asienta en Cieza tras recibir varios encargos de esta villa para   reponer parte de los elementos procesionales y de culto destruidos en 1936. Trabajando en el taller madrileño  de su maestro participó en la realización de obras tan señeras de la Semana Santa Española como  los tronos del Cristo de la Buena Muerte de Málaga, patrón de la Legión española, o la carroza del Cristo de Medinaceli de Madrid. En Cieza realiza el retablo de la Soledad en la basílica de la Asunción y los tronos de la Divina Pastora, Virgen del Carmen, Sta. Mª Magdalena y Samaritana, entre otras obras. También sirvió encargos de la Semana Santa de Abarán y de la parroquial de S. Pablo. La obra que nos ocupa, sobre la que procesiona Ntro. Padre Jesús Nazareno y que realizó para Sta. María Cleofé de Totana, guarda una gran semejanza con las andas de la Magdalena ciezana y que vemos en la fotografía inferior. El trono ilorcitano es una pieza cuadrangular, ricamente tallada, y estructurada en tarima para las varas, sobretarima  y peana de cuatro patas. Sobre ésta una sobrepeana de pequeño formato con la única finalidad de elevar la imagen y permitir que el exorno floral no oculte la efigie. Sigue, por tanto, el formato tradicional de las andas murcianas para pasos de una sola imagen y que, desgraciadamente, hemos sustituido por tipologías rectangulares ajenas a nuestra tradición. Sin, embargo, la decoración de este trono supone un avance importante respecto a modelos pretéritos. Y esto tanto en estilo, como en volúmenes. Hemos de tener en cuenta que los tronos anteriores a 1936 solían ser unas andas pequeñas, muy poco decoradas y con un estilo que iba de lo neoclásico a lo romántico. Juan Solano, imbuido del estilo ampuloso de su maestro, opta por lo claramente neobarroco a bases de grandes formas, tanto en la volutas con las que resuelve los cuatro pies de la peana como en las veneras que ocupan los espacios centrales de sus lados. Este mismo atrevimiento formal lo vemos en la hojarasca que, a modo de friso, recorre toda la sobretarima y que la talla como un alto relieve que deja ver la superficie lisa anterior. La peana, además, finaliza en un octógono irregular ingleteado y con sus lados mayores alabeados hacia el centro. La tarima inferior de las varas también la resuelve adelantando las esquinas y retrasando los centros. En conjunto logra un trono de gran fuerza expresiva, movimiento y atrevimiento estilístico que se ve reforzado con unos brazos de luz muy abiertos y de formas sinuosas que dan un aire modernista al trono. Si hubiera que resumir todo lo anterior habría que resaltar que nos encontramos ante una obra de estilo ecléctico, con una tendencia muy clara hacia lo neobarroco y que supone el mejor soporte para la egregia imagen de Ntro. Padre Jesús Nazareno la noche de Jueves Santo y la Exaltación de la  Santa Cruz  Viernes Santo noche.
El último trono del que vamos a hablar es el que se utilizó entre 1992 y 2006. Es una obra realizada de forma artesanal por el maestro carpintero D. José Mª Cano Hernández en su taller de Ceutí. La carpintería es de pino rojo contrachapado de madera sapely. Se estructura en dos niveles a base de plintos de tamaño descendente. Las medidas son 2.00 por 2.00 mtrs. la base y 0.70 por 0.70 mtrs. la peana central Está lacado en color caoba y lleva molduras y tallas decoradas en pan de oro con protección final de barniz de poliuretano. Las varas para los estantes miden 5.00 mtrs. y son de pino melis barnizadas. Se iluminaba con candelabros metálicos de 7 luces. Este trono porta, actualmente, la Cruz Triunfante en la mañana de Pascua abriendo la procesión del Resucitado.


[1] Literalmente: “Un trono dedicado a Ntro. Padre Jesús,  en pintura ceniza, con dos varas  y seis palancas”. Inventario de 1913. Archivo parroquial de Lorquí. Se mantiene la descripción del mismo en los inventarios de 1914, 1919 y 1921, siendo su lugar de conservación el coro parroquial. En el inventario de 1925 se menciona que los custodiaba el camarero D. Gregorio García Gil. En 1930 aparece de  nuevo en la iglesia y en 1935 de  nuevo en casa de D. Gregorio.
[2] La imagen del Sgdo. Corazón de Jesús fue adquirida en 1898 por D. Gregorio García Gil y para la misma preparó un oratorio particular en el interior de su vivienda que estaba donde se levanta en la actualidad el edificio del Ayuntamiento Viejo en la plaza de la  Libertad.
[3] Se indica, igualmente, que estaban en casa del camarero D. Gregorio García Gil. Archivo parroquial.
[4]Juan Solano García, artista y maestro”. Ana María Ruiz Lucas. El Anda, Semana Santa de Cieza. 2006.

LOS RETABLOS DE NTRO. PADRE JESUS NAZARENO
Francisco García Marco
            Tres son los aparatos lignarios conocidos que han realzado la exposición cultual de Ntro. Padre Jesús Nazareno en nuestro templo parroquial.
            El primero aparece en todos los inventarios parroquiales anteriores a 1936. Su descripción es la que sigue: “Retablo de madera, pintado de blanco y dorado, con nicho y vidriera y tallado. Imagen de Ntro. Padre Jesús Nazareno, de vestir, tamaño natural y con Cruz. Mesa de altar. Escalinata con tres gradas. Seis candeleros dorados. Un juego de Sacras Grandes. Un jarrón blanco con planta artificial ordinaria. Dos búcaros pequeños finos con sus flores regalo de Dña. Josefa García Visedo.” [1] A un lado del retablo hubo una mesa de credencia[2]. Entre el citado retablo y la puerta de la Sacristía existió un cuadro de S. Francisco cuya ubicación conocemos por el inventario de 1925, aunque el mismo es  mencionado, sin detallar lugar de culto, en todos los inventarios parroquiales.[3]
            El segundo retablo es el actual del Sgdo. Corazón de Jesús.  El mismo fue realizado por D. Juan Cascales Martínez, vecino de Murcia y domiciliado en la Albatalía, Carril Torre de Molina Nº 104, en 1986. El documento de encargo, fechado a 13 de octubre del citado año, lo firman en nombre de la parroquia D. Francisco Hellín Rosillo, como cura párroco y Dña. Antonia Asensio García, como camarera de la imagen y responsable de la Cofradía de Ntro. Padre Jesús Nazareno. La nueva obra incorporó la mesa de altar existente y el artista se comprometió a integrarla cromáticamente con el retablo a ejecutar. El conjunto final tuvo 4,25 mts. de altura y 3,15 mts. de anchura. El precio fue de 650.000 Ptas. pagaderas en tres plazos: a la firma del contrato, a la terminación del trabajo en madera y cuando el retablo fuese terminado y colocado. Esto no ocurrió hasta el 29 de mayo de 1987 y el precio final se encareció en 50.000 Ptas.[4]. La obra se estructura en una sola calle con hornacina central. Un filo dorado, decorado con hojas en la misma tonalidad, enmarca la embocadura del camarín. A ambos lados se disponen sendas pilastras de fuste estriado y capitel compuesto. Las mismas sostienen un arranque de frontón,  quebrado por un rompimiento de gloria a base de nube plateada, rayos dorados y el anagrama cristífero en su centro. Los elementos arquitectónicos en relieve están dorados con plata corlada y las superficies planas marmolizadas en color morado. Esta tonalidad cromática sustituyó, en los 90 del pasado siglo, al color azulón primitivo. En la parte baja se dispone una estrecha mesa de altar con una grada, una antigua sacra que lleva la explicación sucinta del retablo e imagen y dos candelabros.  La efigie del Señor estuvo en esta capilla desde 1939 hasta noviembre del 2000. En esta fecha se trasladó al lado de la epístola del Crucero, ocupando la posición que tuvo hasta 1936.
El retablo actual que vemos en la fotografía del lateral y segundo en antigüedad de los conocidos, perteneció a la capilla  del seminario menor diocesano de S. José. En los 50 del pasado siglo fue desmontado y comprado por nuestra parroquia siendo rector de la misma D. Juan Navarro Rodríguez. Bajo el gobierno del citado presbítero se terminó de configurar el crucero actual, al adquirir también el retablo de la Dolorosa, las águilas lucernarias del presbiterio y los reclinatorios que antecedían a la balaustrada del  altar mayor. El retablo,  de estilo barroco clasicista, era un aparato lignario de grandes proporciones. Se estructuraba en una gran calle central con dos hornacinas laterales, frontón semicircular y gran mesa de altar con sagrario y manifestador. A ambos lados del camarín mayor sendas columnas pareadas de orden compuesto que sostenían el gran frontón semicircular con los símbolos josefinos de la vara florida y la sierra de carpintero en su centro. Estas columnas se elevaban sobre doble plinto. El primero se correspondía con el banco del retablo y el segundo con una enorme predella que elevaba la hornacina central sobre el gran expositor eucarístico. A ambos lados del altar dos puertas doradas comunicaban el altar mayor de la capilla del Seminario con la sacristía posterior. En nuestro pueblo carecían de función. Sobre las mismas dos pequeñas hornacinas en las que recibían culto, en nuestro templo, las imágenes de la Virgen de Fátima y S. Antonio de Padua. El gran retablo, que rebasaba la cornisa superior, fue reformado en la restauración integral del templo en los 90 del pasado siglo. Se pretendió igualar su proporción con la del retablo frontero de la Dolorosa y sanear las humedades del muro. Con ello se ha visto reforzado su estilo clasicista al quedar como un gigantesco arco de triunfo y ser despojado de las hornacinas laterales y la gran predella que reforzaban su carácter de gran obra barroca. En la actualidad, sobre la mesa de altar se encuentra el antiguo Sagrario de la Capilla de la Comunión adquirido con limosnas del pueblo en 1940.[5]
 


[1] Inventarios de 1921, 1925, 1930 y 1935. En los inventarios de 1913 y 1914 se menciona la existencia de un sagrario pequeño en el retablo. En el inventario de 1919 la descripción se limita a mencionar “Dos retablos grandes en el crucero del templo dedicados a las imágenes de los Dolores y e Ntro. Padre Jesús”. En el año 1930 se menciona que, provisionalmente estuvo, sobre la mesa del altar del Nazareno el Niño Jesús Resucitado.
[2] Inventarios de 1913 y 1919. Archivo parroquial.
[3] Archivo parroquial.
[4] Archivo parroquial.
[5] Inventario de 1952. Archivo parroquial.


EL SANTO VÍA CRUCIS DE LORQUI
         Mirador de la Ermita y Cabezo de los pasos
            Francisco García Marco
Hemos querido empezar esta reseña con dos de los topónimos que hoy en día nos recuerdan que en Lorquí (como en tantos otros pueblos de nuestra geografía) hubo un Vía Crucis. A ellos hemos de sumar los nombres de las calles Vía Crucis y Los Pasos que nos indican el acceso a los primeros. La calle Vía Crucis parte de Portichuelo, en el inicio del tramo más empinado de la misma, y nos lleva al Cabezo de Escipión, lugar de inicio del antiguo Vía Crucis; la calle los Pasos nace en la parte más alta del Portichuelo y dirige nuestros pasos al Mirador de la Ermita y al Cabezo de Los Pasos, lugar en el que culminaban las estaciones o pasos y se encontraba la Ermita del Santo Sepulcro.
            El canónigo Lozano[1] en 1794 al describir Lorquí, habla de las “Ermitas” o Pasos existentes. Las mismas tenían arranques de sillares que el citado clérigo e historiador afirma que eran de la antigua muralla que circundaba la ermita de las Nieves, y que, al contar con cimentación romana, consideraba heredera de la primitiva Torre funeraria de Escipión. La segunda referencia escrita es la del médico D. José Pelegrín que en el artículo que escribió para la revista conmemorativa del Primer Centenario de la consagración de nuestro templo en 1927 habla de la ermita del Santo Sepulcro[2]. Por la tradición oral sabemos que en su interior guardaba una imagen de la Piedad y que de su mantenimiento se encargaban D. Alejandro García y Dña. Elena Brustenga. Además en la fotografía de la página anterior, fechada en los años 20 del pasado siglo y realizada desde lo alto de la torre parroquial, vemos el cabezo de Escipión y, más alejado, el de los pasos. Sobre la cima de éste se aprecian las últimas estaciones o pasos.
            Aunque el Vía Crucis es una devoción franciscana y su gran desarrollo en toda España lo podemos fechar en los siglos XVI y  XVII al calor de los postulados tridentinos, la erección en nuestro pueblo obedece a condiciones particulares y estrechamente relacionadas con la imagen que este año protagoniza el cartel y el libro de nuestra Semana Santa. En la segunda mitad del XVIII llegan a nuestro pueblo las imágenes de la Dolorosa y de Ntro. Padre Jesús Nazareno. Con ellas nuestras procesiones suman a los desfiles nocturnos del Jueves Santo y Viernes Santo, un nuevo cortejo penitencial en la mañana del Viernes Santo al finalizar los Santos Oficios. El mismo se dirigía a los cabezos de Escipión y Los Pasos para rezar las Estaciones siguiendo las “Ermitas” comprendidas entre ambos. Los testimonios orales de los que ahora tendrían más de 100 años así lo contaban y el marcado deterioro cromático del manto antiguo de la Dolorosa en su parte central así lo corrobora. Por lo demás la estructura para bendecir con que contaba la efigie del Señor hasta 1994 nos reafirma en lo anterior. Por último esto no era una singularidad local. Se hacía en la capital en la Procesión de Jesús y todavía se sigue realizando en la pedanía murciana de La Raya y en Tobarra que por entonces era de la diócesis de Cartagena y Reino de Murcia.
            El carácter sagrado del espació ocupado por el citado Vía Crucis quedó confirmado cuando en 1833 fue utilizado como cementerio parroquial y así se mantuvo hasta 1866 en que fue bendecido el  camposanto que muchos conocimos en la ladera norte del cabezo de las Polacas.


[1] “Lorquí todo es antigüedades, el suelo del pueblo,  por donde cruzan visibles las argamasas, los cimientos de la ermita fabricada en el monte llamado Scipión; los dos castillos que se miran frente a frente en dos montes bastante elevados y que hacen como una garganta para entrar en Lorquí por su norte. (………………..) Algunas pequeñas ermitas o pasos del Vía Crucis llegan hasta la eminencia, y su obra, aunque reciente se ve quaxada de pelotones embutidos en argamasa romana”. LOZANO, Dr. D. JUAN: Bastitania y Contestania del Reyno de Murcia con los vestigios de sus ciudades subterráneas. Murcia. 1794
[2] “Breves nociones históricas de Lorquí”. D. José Pelegrín. Revista El Centenario. Lorquí. Septiembre de 1927.


SIMBOLISMO Y REPRESENTACIÓN EN EL ESTANDARTE PROCESIONAL:
EL CASO DEL NAZARENO DE LORQUÍ
José Alberto Fernández Sánchez
   Desde el año 2009 un nuevo estandarte figura ante el paso de Nuestro Padre Jesús Nazareno en las procesiones de Lorquí. La pieza, que aúna labores de bordado y pintura, supone la antesala de la más imponente de las efigies de su Semana Santa debida a la gubia del insigne Francisco Salzillo y Alcaraz. Dicha insignia es un trabajo conjunto de dos artífices dedicados al patrimonio artístico de las cofradías levantinas: por un lado, Joaquín José Rubio Pastor, bordador natural de Sevilla y, por otro, Santiago Rodríguez López, prometedor y polifacético artista de Archena. Sin entrar en la trayectoria de ambos, el objeto de este trabajo no es otro que evocar la naturaleza artística del propio estandarte realizando una introspección en su carácter histórico-simbólico así como en su configuración plástica.
   La presencia de estandartes dentro de las procesiones murcianas se interpreta en las últimas décadas bajo un carácter eminentemente funcional: constituir la guía de los nazarenos de cada una de las hermandades en su transitar por las calles. Aunque existen precedentes de notoria antigüedad, la incorporación definitiva de dicha insignia a las procesiones es reciente; sólo en algunos casos llegó a ostentarse como pieza emblemática de las corporaciones religiosas. Este aspecto, patente en los últimos ejemplares decimonónicos aparecidos en la capital, exoneró a la tipología de un mayor contenido ritual dirigiendo únicamente la atención hacia su identidad representativa.
    Sin embargo, una ligera revisión de su trayectoria desde la Antigüedad permite vislumbrar la riqueza semántica de unos textiles presentes ya en las pompas fúnebres de la Roma imperial. Al igual que acaecía con el famoso lábaro de la curia (S.P.Q.R.), su presencia tenía un papel simbólico enfatizando el poder senatorial en todos los territorios del Imperio. Dentro de los funerales los estandartes abrían el paso de los cortejos rememorando, ocasionalmente, los cargos y títulos distintivos del difunto[1]. La cristiandad asumió pronto su presencia en las procesiones religiosas desligándolos de su contenido pagano y utilizándolos para prestigiar el culto público a las reliquias. Desde ese momento, pues, la tipología goza de una innegable idiosincrasia pública como enseña triunfal portada por vías y calles.
   Más tarde, durante el Medievo, se le asignan nuevas propiedades al permitirse que los estandartes se convirtiesen en “manifestadores” u ostensorios de imágenes sagradas. La reproducción de una talla religiosa concreta, inserta en la superficie tejida, multiplicó el culto a ciertas devociones permitiendo su veneración en lugares alejados a sus santuarios. Las peregrinaciones marianas hacia centros espirituales arraigados en Europa permite la difusión iconográfica gracias a las reproducciones de los estandartes que, además, pueden recibir culto idéntico al de los originales: el caso de la “Schöne Maria” de Ratisbona es bien significativo durante las primeras décadas del XVI[2]. Este uso asigna a estos textiles una dimensión mayor al convertirlos, de facto, en altares itinerantes sujetos a culto de dulía. Esta concepción ritual se mantiene aún en los clásicos “simpecados” andaluces, probables sucesores de originales flamencos llegados a través del puerto de Sevilla.
   Este uso cultual es la base de la frecuente reproducción de imágenes plásticas dentro de los estandartes: la presencia de imágenes pintadas, de talla u orfebrería, responde principalmente a una necesidad propagandística, difusora, y no sólo representativa. Tal es el caso de las humildes piezas usadas en la huerta por las hermandades de “auroros” que difundieron así devociones como la del Rosario o la del Carmen. Ya en el XVI tenemos precedentes en los estandartes-pendones de las cofradías del noroeste murciano[3], prácticas que se repetirán en los siglos siguientes incluyendo curiosas variantes ejecutadas en pintura: como la entregada por Salzillo a la Cofradía del Rosario de Santa Catalina, en la capital, durante 1740[4]. Este tipo de figuraciones fueron comunes en todo el ámbito hispánico prolongándose su uso hasta nuestros días; conviene señalar en ellas la impresión de efigies respetando la integridad de su fisionomía.    
   Sólo tras las destrucciones de la década de los treinta del siglo XX toman estas representaciones un matiz distinto al ostentarse sobre los estandartes, únicamente, el rostro de las imágenes. Esta alteración reduce el simbolismo inherente al clásico modelo anterior reduciéndolo a una suerte de anticipo de las efigies procesionales: así, por ejemplo, se pierde la referencia iconográfica a favor de un retrato pormenorizado. Este uso ha sido particularmente adoptado en el entorno murciano a la par que en el ámbito malagueño sin que se conozca el origen de este paralelismo. Esta particularidad ha sido convertida en seña de identidad del nuevo estandarte del Nazareno de Lorquí pues la labor de Santiago Rodríguez ha consistido, precisamente, en retratar la faz de la efigie salzillesca.
   En lo que respecta a la tipología formal del estandarte también se ha acudido a un modelo bien concreto: un contorno rectangular animado en su caída inferior a través de una gotera dentada. Esta fórmula deriva de modelos barrocos habituales en la geografía napolitana[5] difundidos marginalmente durante el XVIII en la región murciana; su particular aceptación deriva, sin embargo, de las últimas décadas del XIX cuando los talleres catalanes y valencianos vinieron a ocupar el espacio competitivo de los desaparecidos obradores locales. Así lo revelan los ejemplares conservados en Jumilla o en la propia capital murciana[6]. Esta tipología vino a reemplazar al modelo dieciochesco, el más extendido hasta entonces, que presentaba sendas puntas simétricas en lugar del castillete. Aquel tipo fue retomado con éxito en Cartagena como evolución del célebre estandarte barroco de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, Marrajos, que viene asignándose al taller murciano de Francisco Rabanell. De forma semejante acaecía con las insignias del llamado “paso de gallardetes” frecuente en las procesiones murcianas de la modernidad[7].
   El fin de siglo supuso, por tanto, el cambio hacia unas fórmulas concretas del área mediterránea que, desde entonces, cuentan con gran aceptación popular. Estas pautas fueron usadas entonces por el taller de las Señoritas Fontes de Javalí Viejo y retomadas, tras la contienda civil, por el Taller de Arte Cristiano conocido como “Casa Lucas”: estandartes de las cofradías de la Esperanza, del Rescate, de la Sangre o del Resucitado[8]. Siguiendo esta trayectoria, cerca de un siglo más tarde que las piezas llegadas de Valencia o Barcelona, el modelo se retoma una vez más para realizar el nuevo estandarte de Lorquí sustituyendo ahora la técnica de la cartulina, frecuente entonces, por puntos diversos del repertorio artístico tradicional cuyo uso había quedado abandonado en Murcia durante décadas.
   Por ello, la irrupción del taller Virgen de los Reyes ha supuesto, ante todo, la apuesta hacia un bordado heredero de los manuales gremiales hispanos; en efecto, las técnicas al realce del ladrillo, el setillo, la media honda y la hojilla, son frecuentes en los textiles castellanos desde el siglo XVI. Las sacristías del Monasterio de Guadalupe o de las catedrales de Sevilla o Toledo así lo evidencian. Los maestros del bordado barroco en Murcia, catalanes en su mayor parte, trabajaron bajo este repertorio castellano como atestiguan, fundamentalmente, los ricos paños conservados en la Catedral de Murcia[9].
   Así, el estandarte del Nazareno puede sentirse heredero de modelos tan diversos resultando, en suma, una pieza de marcado eclecticismo fruto de la integración de elementos dispares procedentes de lugares diversos como Nápoles, Flandes o la propia Castilla. Una pieza con la que Lorquí reinterpreta la interesante costumbre del cortejo barroco, caracterizado por la inserción de elementos suntuosos de bella plasticidad junto a las principales insignias de su Semana Santa: las magníficas tallas heredadas de siglos anteriores.         


[1] ARCE, J, Funus Imperatorum. Los funerales de los emperadores romanos, Madrid, Alianza, 1990: p. 19.
[2] FREEDBERG, D., El poder de las imágenes, Madrid, Cátedra, 1992: p.131.
[3] PÉREZ SÁNCHEZ, M., La magnificencia del culto. Estudio histórico-artístico del ornamento litúrgico en la Diócesis de Cartagena, Murcia, Academia Alfonso X el Sabio, 1997: p. 180.
[4] SÁNCHEZ MORENO, J., Vida y obra de Francisco Salzillo, Murcia, Editora Regional, 2005 (Reimpresión): p. 85.
[5] LANZAFAME, G., La Mater Dolorosa nella Settimana Santa in Sicilia e Andalusia, Catania, Zappalà, 2000: p. 50.
[6] FERNÁNDEZ SÁNCHEZ, J.A., “El ajuar de Nuestra Señora del Carmen Coronada” en Salve Reina del Carmen, Murcia, Parroquia de Nuestra Señora del Carmen, 2009: pp. 45 y 46.
[7] FERNÁNDEZ SÁNCHEZ, J.A., “La apariencia de la imagen sagrada en la Archicofradía de la Sangre: ajuar y escenografía procesional” en VI Centenario, Murcia, Emilio Estrella Sevilla, 2011: pp. 349-360.
[8] Ibidem.
[9] PÉREZ SÁNCHEZ, M., “De labore solis: Sobre el arte del bordado en el antiguo reino de Murcia” en Arte en seda. La tradición del bordado lorquino, Madrid, Fundación Santander Central Hispano, 2002: pp. 26-31.

LA TÚNICA DE “EL NAZARENO” DE LORQUÍ
            Sin duda alguna, la promoción de obra suntuaria constituye uno de los capítulos más interesantes del relevante mecenazgo artístico que llevaron a cabo cofradías y hermandades. La abundancia de noticias y fuentes documentales así como de obras conservadas corrobora un panorama brillante de muy felices consecuencias para el patrimonio histórico y artístico de los diferentes territorios con los que tales asociaciones piadosas estuvieron vinculadas. De hecho, algunas de las grandes obras del arte textil español están relacionadas directamente con esas empresas suntuarias costeadas por los cofrades para magnificencia y esplendor de los cultos organizados en torno a sus titulares y principales insignias devocionales.
            Estas grandes iniciativas no sólo estarán reservadas para aquellas cofradías de mayor relevancia o pujanza social, generalmente radicadas en las grandes ciudades y centros de poder, sino que también serán auspiciadas por otras menos significativas pero que, a pesar de sus limitados recursos,  también buscaron con el tejido precioso y rico la manera más adecuada de encumbrar las advocaciones de sus particulares cultos.
            No es de extrañar, por tanto, que muchas localidades de la vieja diócesis de Cartagena guarden entre sus más apreciados tesoros artísticos ajuares suntuarios de una extraordinaria calidad y riqueza. Es el caso de la villa de Lorquí, lugar que conserva un extraordinario conjunto textil de finales del siglo XVIII, el perteneciente a la bellísima imagen de la Dolorosa, y relacionado directamente con las directrices que el escultor Francisco Salzillo dictara para ornato de ese tipo iconográfico con el creado ex profeso para la famosa Dolorosa de la Cofradía de Jesús de Murcia.  Es evidente que esa imagen ilorcitana, salida también del taller del maestro, recibió galas semejantes, de una calidad excepcional, a las que adornaban a su homónima de Murcia. Asimismo, otra imagen vinculada con el escultor murciano, obra indiscutible de su mano,  la del Nazareno, también debió recibir el adecuado tratamiento ornamental desde el primer momento.
            Las imágenes de esta iconografía, auténticas imágenes-símbolos, se convierten desde la Contrarreforma en las otras grandes receptoras de los adornos más excepcionales y emblemáticos que tenían cabida en el engalanamiento de las esculturas de vestir. El Nazareno, convertido en el gran protagonista de los cortejos procesionales, dada la fuerte devoción que despierta este tipo de representación de Cristo, entendida durante el Barroco como un estadio intermedio entre la presencia real de la Eucaristía y la mera representación, va a recibir un vestuario lujoso y rico, semejante al de la realeza, es decir magníficas túnicas y elaborados adornos de pasamanos y cordones, sin olvidar las ricas y complejas cabelleras postizas entroncadas con el interés popular de trasladar a esta iconografía atributos propios de las de gloria.
            Si bien apenas sabemos nada del Nazareno de Lorquí, cuya realización se debe encuadrar en la última fase de Salzillo, ni de qué manera o por qué motivos, procesos o circunstancias arriba a esa localidad tan excepcional escultura que, por otra parte, debió conmocionar con su llegada al vecindario, nada impide suponer que dicha imagen debió merecer, casi de inmediato, la vestidura adecuada y los restantes accesorios (cruz, corona de espinas, etc.) con el fin de alcanzar la idealización y la sublimación absoluta que la piedad barroca exigía.  La existencia de túnicas en los ajuares de otros Nazarenos murcianos, caso del titular de la ya referida cofradía de Jesús de Murcia, o las noticias sobre las elevadas inversiones destinadas a la confección de ese tipo de prendas para el que se veneraba en la iglesia de San Pedro de Alcantarilla, incitan a pensar que el de Lorquí también reflejaría los elementos propios que requería tal iconografía tanto escenográfica como estéticamente hablando. Y en muchos casos esos atributos suntuarios fueron fruto de iniciativas particulares de devotos y cofrades. Es el caso de la túnica más antigua conservada en el repertorio textil de ese Cristo con la cruz a cuestas ilorcitano. Una obra importante en el contexto del patrimonio artístico murciano y que fue costeada por el que fuera camarero de la imagen entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX, don Gregorio García.  Siguiendo una tradición que remonta hasta los años finales del siglo XVII se acudió a Valencia, a sus prestigiosos talleres textiles, para la consecución de una túnica morada, color por el generalmente se optó para este tipo de esculturas procesionales del Nazareno no sólo por su indiscutible simbolismo penitencial y litúrgico sino también, y eso es muchas veces lo más desconocido en la actualidad, porque dicho color era entendido, desde la época barroca, como sinónimo de la Realeza, Humildad y Castidad que ejemplificaba la talla del Nazareno.
            El encargo de esta prenda fue confiado a los prestigiosa fábrica de Garín, cuya producción, una de las más selectas y refinadas de la España del siglo XIX, fue requerida para atender la demanda de ornamentos litúrgicos de seda para las más importantes catedrales de país así como revestimientos textiles para los más elegantes salones de la aristocracia española. Sin olvidar los trabajos realizados para el palacio real de Madrid o aquellos otros que, por iniciativa de la reina Isabel II o de su hijo, Alfonso XII, tuvieron como destino los principales santuarios marianos de la nación.
            La túnica de Lorquí, emparentada estrechamente, tanto por cronología como por decoración, con el terno de la Inmaculada de la Catedral de Murcia, espectacular conjunto salido también de los telares de Garín, responde a un modelo de corte historicista, característico de la segunda mitad del siglo XIX, que tiene como referente los modelos textiles dieciochescos. En efecto, su diseño responde al modelo conocido en la manufactura valenciana como “Rica” y que generalmente fue solicitado para la confección de vestuarios de imágenes sagradas o conjuntos litúrgicos. Se trata de un lampás ricamente brochado en oro, de efectos deslumbrantes, y en cuya superficie se van dibujando grandes mazos florales entre elegantes y sinuosas concatenaciones de acantos y delicados ramilletes.
            En definitiva, una obra plena en acentos rococó que encaja perfectamente en la estética procesional gestada en lo salzillesco y que, a su vez, constituye un conjunto coherente, por la similitud estilística, con ese otro gran ajuar ilorcitano, el exquisito vestuario de la Dolorosa de Lorquí.
Manuel Pérez Sánchez
Profesor Titular de Artes Decorativas.
Universidad de Murcia.

1 comentario:

  1. http://sslorsqui1665.blogspot.com.es/2013/12/los-tronos-de-ntro-padre-jesus-nazareno.html

    ResponderEliminar