Cofradía Cristo del Perdón

 

 

Stmo. CRISTO del PERDÓN. Arte y devoción. Stmo. Cristo del Perdón: UN SANTO CRISTO, tres Crucificados. 

                         El presente artículo es, sustancialmente, una reedición del que fue publicado en el libro “El Santo Desenclavamiento” en la Semana Santa de 2007 y que fue editado por el ayuntamiento de Lorquí. Pocos datos más podemos aportar al contenido de entonces, toda vez que no hemos encontrado información adicional sobre el desconocido (para nosotros) Diego Espinosa de los Monteros, autor de la primera efigie de 1665. Como novedad, en un artículo posterior, analizamos la fotografía con la imagen del Crucificado de 1919 y que, por razones de espacio, no fue publicada en 2007. El primer Santo Cristo (el de Diego Espinosa de los Monteros) se debió encargar en 1665 pues en el primer inventario conservado sobre los bienes muebles de la parroquia (año 1666) aparece anotada la imagen de un “Santo Cristo en la cruz, grande con dosel”. Su nombre vuelve a estar en los dos inventarios conservados del XVIII (los de 1705 y 1722) y está documentada una restauración en 1723 realizada por Juan de Escobar, pintor vecino de la ciudad de Murcia, por la que cobró 188 reales de vellón. Desconocemos que pasó en la segunda mitad del XVIII y durante todo el S. XIX en lo relativo a imágenes y enseres de la parroquia por la desaparición de la documentación en este periodo de tiempo. No obstante, en los inventarios conservados con anterioridad a la Guerra Civil y que son los de 1913, 1914, 1919, 1921,1925, 1930 y 1935 se registra la existencia de un Cristo y una restauración realizada al mismo en 1915. Tampoco sabemos su ubicación en la antigua iglesia de Santiago. En la nueva, terminada en 1799 y bendecida en 1827, recibía culto a los pies de la nave del evangelio (actual de S. Juan Evangelista) en una capilla exornada con pinturas sobre tela que representaban el Calvario (la tradición oral recordaba a S. Dimas y a Gestas). Durante no más de 15 años este crucificado convivió con otro, inscrito por vez primera en el inventario de 1925, también de tamaño natural, y que adquirió el señor D. Gregorio García Gil. Su existencia viene corroborada por una fotografía del 2 de Octubre de 1929. Recibía culto en el crucero, lado del evangelio, a la derecha del retablo de la Dolorosa. Ambos crucificados desaparecieron en 1936. Con posterioridad, en los años cuarenta del pasado siglo, el industrial D. Matías Martínez Carbonell , encargó a la escultora Concepción Cuesta el crucificado actual. Sigue la tipología del antiguo: brazos articulados y posibilidad de procesionar tanto clavado en cruz como en posición yacente. Actualmente, se le venera bajo la advocación del Stmo. Cristo del Perdón . En casi todos los inventarios parroquiales se le llama sólo Santo Cristo y en el de 1952 se le da el título de Santo Cristo de las Penas.

Iconología e iconografía en la imagen del Stmo. Cristo del Perdón. La escultora Concepción Cuesta.
         La iconología hace referencia al significado de la imagen (del griego icono: imagen y logos: conocimiento), es decir a lo que nosotros podemos conocer al contemplar la efigie. Iconografía (del griego icono: imagen y grafos: dibujo), es la rama del conocimiento que estudia los elementos complementarios, asociados a la imagen, por medio de los cuales podemos conocer y entender lo que la imagen significa. Por tanto iconología e iconografía son dos ramas del conocimiento intrínsecamente unidas a toda imagen.[1]
            La iconología del Cristo del Perdón es la de Cristo muerto. Crucificado y muerto[2]. Esto lo sabemos por las cinco llagas de su cuerpo y por la expresión de su rostro. Es un cristo muerto porque la herida abierta en su costado derecho fue hecha por la lanza del centurión Longinos en los instantes previos al desenclavo y por sus ojos abiertos, propios de un cadáver tendido y no de un muerto en cruz. Crucificado, representa a Cristo en la cruz la tarde de Viernes Santo, después de las tres de la tarde, (hora de su muerte) y antes de las cinco (hora aproximada de su entierro, siempre antes de la puesta del sol para respetar el descanso obligatorio del sábado judío). Esta característica de Cristo muerto es fundamental en nuestra imagen por su iconología dúplice: crucificado durante todo el año en su capilla de la parroquia y en la procesión del Jueves Santo y yacente durante las horas luctuosas del Viernes Santo. La misma influye en los caracteres formales de la imagen y fue tenida en cuenta por la escultora Concepción Cuesta, autora de nuestro Cristo del Perdón. La artista bebe de las fuentes más clásicas e idea un Cristo de cuerpo sereno y equilibrado que contrasta con un rostro de fuerte expresividad. Aun cuando el estudio anatómico demuestra un gran verismo y conocimiento del cuerpo humano, completado con una sabia policromía que combina acertadamente los colores violáceos de las partes corporales primeramente afectadas por el “rigor mortis” (facies hipocrática o cadavérica propia de los Cristos en el sepulcro), con el bermellón de la sangre cuajada que mana de las cinco llagas, el cuerpo de Cristo se nos muestra desprovisto de tensión y movimiento, apostando por los cuatro clavos y por el reposo de los pies en el “supedaneum”[3]. De este modo se atiene a lo que mandaban los cánones clasicistas del barroco español estipulados por el gran tratadista Francisco Pacheco[4]: “crucificado de cuatro clavos con los pies sobre el supedáneo”; y se aparta de los prototipos mas naturalistas del mismo periodo en los que los cuerpos se agitan de acuerdo con lo que sería una violenta muerte en cruz.
La apuesta de la escultora valenciana tiene un significado religioso profundo ya que otorga serenidad y dignidad a la muerte de Cristo. Pero es también una opción que le permite afrontar mejor su faceta como yacente. Si comparamos nuestro Cristo del Perdón con el del Santo Sepulcro de la Semana Santa Marinera de Valencia, gubiado por su padre Inocencio Cuesta en 1942,[5] y que mostramos en la fotografía inferior derecha, las similitudes son más que evidentes. Pareciera como si el factor determinante de su morfología final fuese su carácter sepulcral. Es decir que la escultora idea un Cristo yacente (además muy condicionado por el sepulcro procesional en forma de cama que implicaba horizontalidad corporal) y, simplemente, articula sus brazos para que tenga funcionalidad como crucificado. Y esto es así, si nos atenemos al fuerte dinamismo de su rostro, recorrido por las tensiones faciales inherentes a toda muerte violenta (y con los ojos abiertos propios de un cadáver tendido y no de un muerto en cruz como hemos reseñado antes). Esto hace que toda la expresividad de la imagen se concentre en el rostro, auténtico imán devocional de la misma y que el mismo alcanzara su mayor fuerza atrayente en la antigua Cama procesional de Viernes Santo  en la que sábana y colcha sólo dejaban visible el rostro del Redentor.
 


[1] Fueron numerosos los tratadistas que escribieron sobre los símbolos asociados a cada imagen y la Iglesia los reguló como instrumento valido para catequizar a los fieles, máxime cuando  el analfabetismo era muy alto.
[2] Jesucristo fue crucificado, según la tradición romana en una Cruz Inmissa o Capitata en la que sobresale el palo vertical del horizontal en su parte superior y que puede ser de brazos iguales –cruz de tradición griega– o desiguales – de tradición latina–.  Normalmente se admite para la crucifixión de Jesús la Crux Immisa, puesto que el títulus crucis estaba colocado encima de su cabeza. Sobre su altura no sabemos nada, pero siguiendo el pasaje de la caña de hisopo podemos suponer que era considerable y, por tanto, obedecería al tipo de Crux Sublimis, que es el que se ha desarrollado en la iconografía de los calvarios desde antiguo. Lo más probable es que la crucifixión se realizara clavando sus antebrazos al madero transversal –Patíbulum– y después éste fuera levantado en alto y colocado sobre el staticum o palo vertical. La pelvis descansaría sobre el Sedile o Cornu lo que alargaba la agonía del reo. En cambio no hay datos históricos de la existencia del Subpedaneum o trozo de madera para apoyar los pies. El primero que habla sobre el mismo es S. Gregorio, ya en el S. VI.
[3] DE AUSEJO, S., Diccionario de la Biblia, Barcelona, 1970, Voz = Llevar la cruz, p. 406. ALONSO
LÓPEZ, J., Op. cit., p. 187.
[4] Francisco Pacheco del Río (3 de noviembre de 1564, Sanlúcar de Barrameda-1644 Sevilla). Pintor y tratadista de arte, mayormente conocido por ser maestro y suegro de Velázquez y habitual policromista del escultor Juan Martínez Montañés. En 1649 publicó su obra “Are de la Pintura” que constituye uno de los mejores tratados artísticos del barroco español. En la misma recomienda que los cristo sean: “crucificado de cuatro clavos con los pies sobre el supedáneo y un letrero sobre la cruz que contiene la inscripción IESUS NAZARENUS REX IUDEORUM en tres lenguas”.
[5] Inocencio Cuesta López, escultor de imaginería religiosa con taller en C/ Guillén de Castro, 110 de Valencia.

 
 
EL SANTO CRISTO DE 1919
            La presente instantánea fue tomada en el mediodía del 6 de octubre de 1929. La luz que entraba a raudales por la ventana superior del lado izquierdo del crucero ilumina perfectamente el traje de tisú y el manto granate de rico espolín en oro que, junto a la corona de plata sobredorada, estrenaba la venerada imagen de nuestra patrona, la Virgen del Rosario, para su coronación canónica. Apenas habían pasado unas horas desde que el obispo D. Vicente Alonso y Salgado, impusiera sobre sus divinas sienes el argénteo metal en la actual plaza de la libertad. La parroquia, regida entonces por el presbítero D. Tomás Gil, junto con la muy antigua cofradía del Rosario de la Aurora, organizaron el acto y todo el pueblo colaboró económicamente en la financiación de los estrenos. D. Pedro Gil, canónigo arcediano de la Catedral de Murcia, hijo preclaro de nuestro pueblo y participante en la Coronación de la Fuensanta sólo dos años antes, gestionó que el obispo viniera a tal acto, a pesar de la enfermedad que le causó la muerte sólo tres meses después. Del ajuar de la patrona conservamos el manto de la coronación y el trono, aun cuando éste se encuentra repartido entre la actual peana de la Verónica y la tarima inferior utilizada para los traslados de la patrona en los festejos de platino de 2004. Las flores de papel y talco, elaboradas por las jóvenes Hijas de María en tardes ilusionadas del mes de septiembre, nos retrotraen a otros tiempos en los que la flor natural cortada era, no ya un lujo, sino un imposible.
            El trono de la patrona está situado en el lado derecho del crucero, delante de la capilla de la Dolorosa, tal y como lo siguió haciendo hasta finales de los ochenta del pasado siglo. Tras el mismo, podemos ver parte del retablo de la venerada imagen, construcción lígnea, policromada en tonos blancos y dorados, que respondía al estilo neoclásico tan en boga a finales del XIX. Su estructura reproducía la de los arcos de triunfo romanos y modelos semejantes se conservan en las capillas catedralicias del Beato Andrés Hibernón y la Soledad. Igualmente, podemos observar la costumbre, ahora en desuso, de cerrar la hornacina con lamas de cristal que, al mismo tiempo que conferían mayor seguridad y limpieza, contribuían a distanciar la imagen del fiel. Sobre el banco del retablo adivinamos la urna que cobijaba la muy recordada imagen del Niño de la Bola. No era una urna en sentido estricto, sino el antiguo sagrario reconvertido en gran fanal al sustituirse sus puertas de madera por otras de cristal. El niño era la donación póstuma de D. Alejandro Marco Hiniesta, fallecido en 1911 y último camarero y heredero directo de aquel otro D. Alejandro Marco (Fernández) que en el S. XVIII encargó a Salzillo y para nuestro pueblo las imágenes pasionarias de la Dolorosa y el Nazareno. De semejante hechura a este retablo era el que, frente al mismo, cobijaba la imagen del Nazareno en el lado izquierdo del crucero. De similares caracteres estilísticos, pero menores proporciones, eran otros tres retablos: los de la Virgen del Rosario, S. José y S. Roque.
            El interés de esta fotografía, para la presente publicación de Semana Santa, reside en el crucificado que, de tamaño natural, se ubicaba en el espacio vacío entre el citado retablo mariano y la embocadura de la capilla del Santísimo. Se disponía sobre mesa de altar cubierta de los necesarios manteles y delante de un sencillo cortinaje. La existencia del mismo, documentado desde 1919, y el tamaño natural nos sugieren la idea de que debió ser encargado para procesionar. La clave para esta suposición radica en el hecho, también documentado, de que el anterior Santo Cristo de 1664  fue restaurado en 1915 por lo que cabe la posibilidad de que se dejase sólo para yacente y el nuevo fuese el utilizado para la procesión de Jueves Santo. El otro hecho importante radica en que el mismo fue un regalo de D. Gregorio García Gil (El tío Grillo) que a su vez era camarero desde 1900 de la venerada imagen de Ntro. Padre Jesús Nazareno. El interés radica en saber si, por aquellos años, D. Gregorio García Gil también se encargó de la salida procesional del Cristo Crucificado. Por ahora sólo es una suposición.


Retablos y tronos del Cristo del Perdón. Apuntes históricos y análisis de su simbología

El retablo actual ocupa, en la nave de la epístola, la primera capilla después de la del crucero[1]. Se trata de una obra  en madera policromada imitando mármol y con los perfiles en dorado. Se estructura en un solo cuerpo, terminado en dosel, sobre banco y estrecha mesa de altar. Una sencilla grada de dos niveles sirve de base a un calvario esbozado sobre el que se eleva la cruz arbórea en la que está clavado el Cristo. Los pies de la imagen reposan en el supédaneo y carece de “títulus crucis”. Los elementos icónicos se centran en la parte central del banco y en los laterales del cuerpo superior.
            El anagrama Cristífero es el símbolo del banco y en los laterales se disponen, en medio relieve, signos de la “Passio Christi” alusivos a su muerte. A la  derecha de la imagen la escalera del desenclavamiento y la lanza de Longinos con la que se le traspasó el costado y manó sangre y agua. A la izquierda, la caña y la esponja con la que se le dio de beber vinagre y el Senatus, estandarte de las legiones romanas que, con las siglas S.P.Q.R. (Senatus Populusque Romanus), es la referencia histórica al tiempo político en la vida de Jesús. El dosel que cobija la imagen se completa con colgadura morada orlada en oro y dos farolillos de forja negra. Con anterioridad a la restauración integral del templo, realizada en los noventa del pasado siglo, el retablo estaba pintado en tonos marfiles. Quizás recordando la policromía del retablo anterior a la Guerra Civil.
            Del retablo anterior a la destrucción del 36 no conservamos fotografías[2], pero sí las descripciones de los inventarios. Transcribimos literalmente la anotación del mismo hecha por el párroco D. José Meseguer en 1930: “ Retablo de madera blanco y dorado con su vidriera. Una imagen de Jesucristo crucificado de tamaño natural con cruz de madera, restaurado en 1915. Una imagen de Ntra. Sra. de la Soledad[3], vestida, de tamaño mediano. En el frente un lienzo pintado representando el Calvario. Dos ramos de flores artificiales grandes. Dos ramos pequeños con sus pies de cristal. Dos floreros de loza blanca y dorada con sus ramos procedentes de la repisa de S. Antonio. Una grada. Dos candelabros dorados. Dos sacras viejas. Mesa de altar con ara. Dos pilastras de caña pintadas con sus macetas de lata”.
            El trono del Cristo del Perdón, de forma rectangular, con dos niveles y peana central, todo él en madera estucada y dorada en plata corlada, procesionó, por primera vez, en la Semana Santa del 2000. Salió de los talleres de Antonio Abellán en la pedanía murciana de La Ñora. Fue adquirido por D. Cristóbal Martínez-Lozano Martínez, nieto del donante de la imagen titular. La decoración es muy sencilla y consta de cuatro cartelas centradas en sus cuatro lados que repiten el consabido JHS y la Cruz de Jesusalén. A ambos lados de las mismas motivos vegetales. Sustituyó a otro de similar tamaño y diferente factura que cumplió su cometido desde 1952 hasta el último año del pasado siglo. El trono actual ofrece, no obstante, las mayores diferencias con el anterior, la noche de Viernes Santo al pasar del modelo Sepulcro (la popular Cama) al modelo Catafalco. Se trata de un cambio más o menos generalizado (sobre todo en nuestra Región de Murcia) que se inició en España en los años de la posguerra con el trono del Yacente de Málaga (gran catafalco de bronce, caoba y mármol de la casa Granda de Madrid). En Murcia,  Capuz y Planes idean para los principales pueblos y ciudades de nuestra región un tipo de Cristo yacente que precisa de un trono que escape al tradicional de la Cama. Aparece, entonces, un modelo en el que el cuerpo muerto de Cristo queda expuesto fríamente, sin ningún tipo de aditamentos estéticos y/o simbólicos. El trono actual de Lorquí dispone de lecho en terciopelo carmesí y responde a la misma tipología, permitiendo la contemplación íntegra de todos los caracteres formales de la anatomía cristífera. Responde  a un razonamiento teológico, según el cual, en la procesión del Santo Entierro, lo importante es contemplar la muerte desnuda de Cristo, tanto en lo que tiene de muerte (Jesús murió realmente como todos los hombres) como de desnuda (no sólo desnudez física) sino de abandono de los demás y carente de cualquier aditamento para la otra vida (volver a Dios sin nada material, sólo con las buenas obras).
            El modelo anterior (trono de la Cama) obedecía a los cánones del barroco, tanto estéticos como teológicos (Devotio Moderna). Esta tipología ya existía en 1723 y, como hemos dicho con anterioridad, se mantuvo hasta 1999. Era un trono barroco por sus elementos estéticos (llegar al todo, a la perfección, por la suma de elementos) y por su simbología. Dentro de la sencillez de unas andas populares a modo de sepulcro[4], pretendían simbolizar el sepulcro nuevo de los evangelios[5] en el que Cristo, perfumado y amortajado, esperaba la Resurrección.  De ahí toda su iconografía formal. Las numerosas luces (cera antes de las baterías eléctricas) y las flores que decoraban “el sepulcro” en todo su perímetro y en la partes superiores tenían tanto una función decorativa[6] como, sobre todo, simbólica: oblación u ofrenda al Hombre muerto (hijo de Dios) como reflejo de la limpieza del sepulcro nuevo y de la luz y el suave olor que emanaban de un muerto que no conoció la corrupción del sepulcro. Todo esto obedecía a las directrices postridentinas, elaboradas y difundidas por la Devotio moderna,[7] y que utilizaban la contemplación visual de la Passio Christi, como intrumento de conocimiento y de conversión. Finalmente, la utilización de ricos tejidos para cubrir el cuerpo de Cristo obedecía, de nuevo, tanto a razones religiosas, (la muerte de Cristo fue transitoria, por tanto, similar a un sueño) como a motivaciones catequéticas (los lienzos que cubrieron el cuerpo de Cristo se convierten en los ajuares de cama sobre los que reposaban todos los muertos antes de su entierro). Se conseguía, de este modo, la comunicación del mensaje teológico (Jesucristo resucitará al tercer día) mediante un lenguaje icónico de fácil lectura para el común de los fieles.




[1] Hasta 1936 este espacio estaba ocupado por la capilla e imagen de S. Roque. Archivo parroquial. Inventarios de.
[2] El crucificado recibía culto en un retablo ubicado en la actual capilla de S. Juan Evangelista.
[3] Se trata de la muy antigua Virgen de los Remedios (también llamada de la Soledad) que aparece en todos los inventarios conservados en el archivo parroquial. En el nuevo templo recibió culto en la capilla de la Soledad,  hasta que en 1919 llegó la antigua y primera imagen de la Inmaculada Concepción y ésta pasó a ocupar el lugar de aquella en la nueva capilla del Santísimo.  Entonces la Virgen de los Remedios (o Soledad) pasó  a estar expuesta a los pies del crucificado.

[4] El seis de Mayo de 1724 el visitador  general del obispado de Cartagena, D. Fernando Díaz Ossa, entre otras cosas, ordena “se  (h)agan unas andas a modo de sepulcro de color negro para el entierro de Cristo.....”. Archivo parroquial de Lorquí.
[5] El sepulcro de Cristo era entendido también como el Arca de la Nueva Alianza, como primer sagrario de la historia. De ahí, la utilización siempre de materiales nobles y su elaborada decoración.
[6]Aspectos que nos llevan a buscar la relación evidente con el ritual funerario al uso y, en especial, con el que más pompa revestía: el ritual funerario de la monarquía.
[7] El libro La imitación de Cristo, escrito por Tomas de Kempis (Kempen, 1380-Zwolle, 30 de agosto de 1471, un monje alemán, Hermano de la Vida en Común), esboza los conceptos más importantes de la Devotio Moderna, basados en la conexión personal con Dios y las muestras activas de amor hacia Él, p.ej. en el sacramento del altar durante la Misa. No obstante, la contemplación de la vida de Cristo como catequesis hunde sus raíces en los franciscanos. Fue S. Francisco (Asís, 1182- Asís, 1226) el que realizó el primer Belén y el primer Vía Crucis. Durante los siglos XV y XVI el acceso de las masas a la lectura, gracias a la invención de la imprenta, favoreció la lectura de la Biblia y la creación de imágenes que ilustraran los principales acontecimientos de la vida de Cristo. Finalmente, el concilio de Trento reafirma la doctrina oficial de la Iglesia Católica respecto a las imágenes frente a la iconoclastia de la Reforma, sobre todo calvinista. Las predicaciones jesuíticas darán nuevo vigor a la Devotio Moderna durante los siglos de la Edad Moderna.



215 años del Primer Desenclavamiento

         Repasando de forma más exhaustiva el único libro de Fábrica parroquial conservado en Lorquí (1665-1723) hemos encontrado una muy interesante anotación sobre la restauración a la que fue sometida la imagen del Santo Cristo en 1698. Como ya hemos indicado en publicaciones anteriores la efigie del crucificado fue adquirida por la parroquia en 1665. Con la misma y con la imagen de la Virgen de los Remedios se realizarían las procesiones de Semana Santa. Quizás sólo Jueves Santo o ambos días repitiendo iconografía. Fuesen una o dos las procesiones penitenciales existentes, el caso es que la parroquia vio la necesidad de escenificar el Santo Desenclavamiento de Cristo y para ello encargó la adecuación de la imagen al pintor José Osorio. Literalmente lo que el mayordomo fabriquero apunta en el libro de fábrica es lo que sigue:



     Componer el retablo  y
 la imagen del  Santo Xsto.
Item dio en data doscientos y treinta reales por retocar el retablo y una imagen de un Santo Xsto de bulto y ponerle goznes en los brazos para el desenclavamiento. Consta de recibo del mismo pintor

         El pintor en cuestión fue Joseph Osorio y su nombre aparece en la anotación inmediatamente anterior a la que nos ocupa pues pintó en diversos colores cinco frontales por los que cobró cuatrocientos sesenta reales. En la anotación siguiente aparece el pago de “doscientos reales por la (h)echura de San Roque de bulto de cartón”.

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